lunes, 20 de abril de 2009

La ruta de un verdadero Robinson Crusoe

En 1526 los barcos españoles cruzan el mar Caribe en todas direcciones, pero América todavía era un continente mal conocido. En el sur, en lo que hoy es Colombia, se acababa de fundar Santa Marta. Los españoles mandaban continuamente barcos desde Cuba para abrir esa nueva región. Los navegantes se encontraban con un mar inseguro y con unos mapas que solo hacían referencia sobre las costas y unas cuantas rutas seguras; fuera de ellas, acechaba el peligro. Uno de aquellos barcos, un ligero patache de exploración, había partido de La Habana con destino a Santa Marta. Lo mandaba el capitán Pedro Serrano.


A mitad de camino, en medio del Caribe, un fuerte temporal sorprende al patache. El barco zozobra; demasiado temporal para tan poca embarcación. Naufragan. Entre enormes dificultades, los tripulantes intentan ponerse a salvo. El mar se los traga. Sólo tres hombres logran sobrevivir. Entre ellos, Serrano. A nado, llegan a un banco de arena, un atolón que no figura en mapa alguno. El lugar es un infierno: en 35 kilómetros de largo por 15 de ancho, sólo hay arena y sol, sin apenas vegetación, sin fuentes de agua dulce. Esos tres hombres han sobrevivido, pero han quedado aislados en un paraje donde la muerte parece inminente. No saben dónde están. No saben cómo alimentarse. Tampoco saben si algún barco pasará por allí. Comienza una carrera contra la muerte. De los tres náufragos, uno muere a los pocos días. Sólo quedan dos. Serrano sabe que sólo sobrevivirá si aprovecha al máximo los exiguos recursos que la isla ofrece.


Serrano y su compañero protagonizan un auténtico alarde de ingenio. Para aprovechar el agua de la lluvia, recolectan caparazones de moluscos y maderas del naufragio y fabrican un pequeño depósito. Para protegerse del ardiente sol tropical y de los fuertes vientos, y a falta de árboles, recogen rocas, conchas y corales, y construyen una especie de túmulo que les sirve de cobertizo. Hacen fuego con pedernales; como no hay vegetación, lo que utilizan como yesca son los jirones de sus propias camisas.

Un día, después de varios meses de aislamiento, sucede algo extraordinario: aparecen dos hombres en un bote. No vienen a rescatarles, por desgracia: son también náufragos. El compañero de Serrano partió en ese bote con uno de ellos, en la esperanza de llegar a las costas de Nicaragua. Ambos se perdieron para siempre. Serrano queda con el otro recién llegado.

La vida en el banco de arena es una lucha diaria por la supervivencia. No hay más madera que la que llega, azarosa, arrastrada por las olas, producto de otros naufragios. Con esas maderas hacen fuego. Hay que dosificar el combustible con extremo cuidado: no sirve sólo para asar la carne de las tortugas y los moluscos, sino, sobre todo, para hacer señales de humo en caso de avistar algún barco. Pasan los años. Serrano y su compañero no se dan jamás por vencidos. Desde su atalaya divisarán algún barco español; ninguno los verá a ellos. Podemos imaginar la desesperación de los náufragos al ver cómo la salvación se les escapa por el horizonte. Mucho más nos cuesta imaginar así la vida, día tras día, hasta ocho años!!!!. Sin embargo, un día… Dejemos que lo cuente el Inca Garcilaso:

Durante años vieron pasar algunos navíos y hacían sus ahumadas, mas no les aprovechaba, por lo cual ellos se quedaban tan desconsolados, que no les faltaba sino morir. Pero al cabo de este largo tiempo acertó a pasar un navío tan cerca de ellos que vio la ahumada y les echó el batel para recogerlos. Así los llevaron al navío donde admiraron a cuantos los vieron y oyeron sus trabajos pasados. El compañero murió en la mar viniendo a España”.

El compañero de Serrano, en efecto, murió a bordo; no llegó a ver tierra firme nunca más. Triste destino. Serrano, sin embargo, sobrevivió. Era 1534. Su historia dio la vuelta a España, que en aquel tiempo era como decir la vuelta al mundo. Tanto impresionó su gesta que las autoridades resolvieron llevarlo a Alemania, donde se hallaba entonces el emperador Carlos, para que Serrano se la contara personalmente. El náufrago llegó a la corte imperial con la pelambre tal y como la tenía cuando fue rescatado, para dar mayores visos de veracidad a su historia. Podemos imaginar el pasmo del emperador al ver aparecer a aquel hombre, con la salud ya recobrada, pero con los cabellos y las barbas de ocho años de aislamiento.

Serrano se convirtió en un hombre famoso. Fue llamado a decenas de reuniones cortesanas, donde la nobleza se aprestaba a escuchar su relato. Él mismo lo escribió en una viva narración que se conserva en el Archivo de Indias. Después, recompensado por la Corona, marchó a Panamá. Allí terminaría sus días.

Se da por casi seguro que Daniel Defoe, cuando escribió Robinson Crusoe, en 1719, tuvo como fuente de inspiración la historia de Pedro Serrano en su inhóspito banco de arena. Hoy ese islote, es territorio administrado por Colombia y se llama Isla Serrana, en honor precisamente al náufrago Pedro Serrano.


Fuentes: Wikipedia, www.elmanifiesto.com

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